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Capítulo 1

A través del cementerio

El sonido de las hojas rozando el suelo por la brisa de la tarde de verano solo es interrumpido por unas risas intermitentes de niños que se escuchan en la lejanía. Es el silencio la música habitual de los pasillos que vigilan los ángeles de piedra entre los altos cipreses. Cuanto más se adentra uno en el cementerio de San Miguel, dejando atrás las gárgolas que lo custodian desde los muros exteriores, el rumor de las carcajadas y de los pies chocando contra el suelo polvoriento al correr comienza a ser más claro. Un grupo de niños juega al escondite entre los nichos y panteones. Agachada en un lateral del de la familia Larios, una niña de pelo rizado se intenta ocultar entre las rejas de hierro forjado. Es un buen escondite. Incluso el ángel que remata la entrada al edificio parece sonreír divertido cuando uno de sus amigos intenta buscarla sin ninguna suerte mientras se pone el sol.

 

Esa niña, que conoce tan bien el cementerio que se sabe sus mejores escondites, es Estrella Rodríguez García, la primera mujer marmolista de Málaga en trabajar lápidas. Ahora tiene 51 años y se emociona al recordar el particular sitio de juegos de su infancia. “De chiquitilla mi juego era San Miguel, yo ese cementerio me lo sé como la palma de mi mano. Yo no entendía  muchas cosas ni conocía el significado ni la historia de lo que había allí, pero yo corría y me escondía. En vez de ir a la piscina nos íbamos a la fuente de allí. Yo estoy enamorada del cementerio de San Miguel”. Tanto es así que aún hoy, que sigue viviendo frente al que fue el primer camposanto de Málaga, pasea por sus pasillos y se implica en las actividades culturales que allí se desarrollan.

También se le eriza la piel cuando habla de su trabajo, por el que siente un amor incondicional. “Yo vengo muy contenta, con mucha alegría a trabajar. Es totalmente vocacional, porque me gusta el trato con las familias, son unos momentos muy delicados y me gusta ese trato tan sentimental que hay. Dios me ha dado el don de saber escuchar y me siento muy realizada”.

Tan orgullosa se siente de su trabajo que cuando se le van a hacer las fotos pregunta si puede salir con su delantal puesto, que es la parte más característica de su uniforme de trabajo, pero que está manchado de mármol:

–Me tengo que quitar esto, ¿no?

–Como quieras.

–Ah, no, pues entonces yo con mi mandil siempre.

Estrella Rodríguez García, propietaria de Lápidas Compañía San Miguel en Málaga 

Cada mañana llega al cementerio a las ocho menos cuarto, justo para que le dé tiempo a desayunar en la cafetería antes de abrir a en punto. Cuando llega el primer encargo, se pone manos a la obra. Primero diseña una plantilla en el ordenador con el tipo de letra elegida. Hay diferentes opciones: grabada, tallada con relieve, sobrepuestas de acero, o en bronce. La especialidad de la tienda son las talladas, que después de ser aprobadas por la familia en pantalla, se imprime en vinilo con un trazador gráfico que luego se pega al mármol. El último paso es introducir la placa de mármol en una máquina de chorro de arena para elaborar el relieve.

Su familia lleva dedicándose al sector tres generaciones desde 1965 y ella pertenece a la segunda. Antes de trabajar en la tienda de lápidas se dedicaba a la exportación e importación de mármoles en dos naves que la familia tenía en el polígono industrial malagueño El Viso, pero la crisis de 1989 hizo que el negocio cayera. Estas circunstancias hicieron que Estrella acabase en la tienda que hoy es su pasión y de la que desde 1992 es propietaria.

Una cruz, la Virgen del Carmen o el Cautivo son los encargos más comunes que le piden para adornar las lápidas que en Málaga, dice, son diseños muy sencillos en su mayoría. “No te olvidan” y “recuerdan” son los epitafios más pedidos, aunque hay clientes que rompen la norma: “Lo más raro que me han pedido fue la frase ‘espérame, que ya mismo estoy contigo’, me lo pidió un hombre mayor y me dejó sorprendida. También acabo de hacer una que está ahora mismo un muchacho colocándola en el cementerio que pone: ‘Tus alas ya están listas para volar, pero nuestros corazones no estaban listos para verte partir, jopá’, y es que esa mujer siempre decía jopá y le han puesto la muletilla”.

La empatía es la parte fundamental de su trabajo y la que le permite desarrollarlo con la delicadeza que lo hace. Sabe ponerse en la piel de las familias y sentir lo que ellas sienten. Quizá porque sigue siendo aquella niña que corría entre los pasillos del cementerio de San Miguel.

Cementerio Histórico de San Miguel

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