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Capítulo 6

La cultura del tabú

En España, la muerte sigue siendo un tabú. Aunque es cierto que no se vive igual en todo el país. Existe una clara diferenciación entre la perspectiva que tiene el norte de la Península, en especial comunidades como Galicia, Asturias o el País Vasco, y la cultura del sur.

En el norte existe una relación mucho más natural: se le considera únicamente el fin que a toda persona le ha de llegar. Tan interiorizado tienen que es parte de la vida, que se velan a los difuntos en su propia casa y, hasta hace no tanto, incluso la familia se encargaba de limpiar y amortajar el cadáver. Además, los tanatorios cierran a las seis de la tarde.

Esto sería impensable en el sur, donde es común acompañar al cadáver en el tanatorio desde que este llega hasta que se celebra la misa al día siguiente, porque no está bien visto que los familiares se separen del fallecido en sus últimos momentos.

Aquí la muerte se entiende como algo siniestro, muy ligado a la superstición y al mal fario. Es por eso que no se afronta de forma natural, sino que se trata de alejarla lo máximo posible. Donde más arraigada está esta cultura es en Andalucía, y provoca que surjan muchos problemas a la hora de afrontar el duelo, porque no se está preparado para recibirlo.

La experiencia de Ana María Martín, la florista, ayuda a entender esta cultura: “Cuando alguien entra a la tienda y lo primero que ve es una cinta o un arreglo mortuorio es: ‘¡Uy, qué yuyu!, me voy, ahora vengo’. Y se salen de la tienda y vuelven más tarde. Pero nosotras estamos acostumbradas a tratar con eso a diario, tenemos que cargar con los arreglos, entrar a salas y ver muchas veces al difunto”.

Dedicarse a este sector tiene un lado oscuro, pero no es el que todos podemos imaginar. Este tabú que existe en torno a la muerte provoca que los profesionales cuyo trabajo gira en torno a ella se vean estigmatizados y sus relaciones sociales se vean afectadas por ello. Para sentirse integrados, muchas veces tienen que omitir hablar del tema laboral o resumirlo en “funcionario” y desviar el hilo de la conversación para no dar más detalles que puedan convertir la charla en una situación incómoda.

“El rechazo lo ves en la cara de la gente cuando les dices que trabajas en Parcemasa. Te dicen: ‘¿ah sí, y qué haces?’, y si les dices que entierras y haces cremaciones se les cambia la cara. De hecho, aquí ha habido gente que ha entrado a trabajar y se ha ido porque no podía soportarlo”, dice Diego Cervilla. Para él, el problema reside en que la cultura andaluza es “complicada” y sigue muy arraigada en la antigua figura del trabajador funerario.

Al ser la muerte algo que engendra tanto miedo, si alguien se desenvuelve con normalidad ante estas situaciones se le ve como una persona tétrica y siniestra. Nada más lejos de la realidad. Estrella Rodríguez reivindica el respeto, que desde su puesto de trabajo es algo que practica cada día. “Decir que trabajas aquí provoca rechazo, pero sí que es verdad que más de uno debería trabajar aquí para ser humilde y para aprender a valorar lo que es el día a día de la vida, que mucha gente no lo sabe. Se creen que mirando por encima del hombro lo van a tener todo y no es así”. La perspectiva de la vida puede cambiar radicalmente cuando se vive tan cerca de la muerte.

El ritmo de la vida moderna es tan frenético que no permite pensar en el presente. Se apuesta todo al futuro. Sin embargo, ese futuro nunca se sabe cuándo se puede truncar, y perder a un ser querido suele ser un golpe de realidad que hace que las personas se planteen lo breve que es la vida y lo pronto que puede acabarse. Aunque sólo se piense en ese momento y después se olvide.

Pero quien trabaja día a día con esas situaciones lo entiende mejor que nadie.

Diego Cervilla ha comprobado en su casa, en primera persona, este aspecto que relata en forma de anécdota: “Mi mujer trabajaba en una tienda de electrodomésticos y yo trabajaba aquí, trabajaba con los difuntos. Yo por mí todo el dinero que ganaba me lo hubiera gastado en viajes, compras, etc. Y ella es diferente, es una persona que ha intentado ahorrar, siempre pensando en un mañana, cuando yo pensaba en el día, porque yo lo que estaba viviendo es lo que hay aquí. Aquí te viene gente con nuestra edad, más jóvenes, más viejos, niños de todas las edades. Piensa en el ejemplo que quieras que aquí va a estar. Entonces como tú eso lo vives, lo que intentas es vivir la vida más intensamente. Yo se lo decía a ella, tú piensas todos los días en lavadoras, frigoríficos y secadores de pelo, y yo todos los días estoy viendo muertos, entonces mi percepción de la vida tiene que ser completamente distinta a la tuya”.

A Estrella, trabajar en el cementerio le ha otorgado paz interior, el sentirse a gusto consigo misma y con los demás, basando su vida en el respeto al prójimo y disfrutando de cada momento. “La gente tendría que darse cuenta de que aquí estamos para tres días, que hay que tener buen corazón, ser humilde, ‘haz bien y no mires a quien’ y siempre ponte en el lugar de la otra persona y no le vayas a hacer lo que no quieres que te hagan a ti.”

A pesar de estar tan cerca de la muerte, y quizás sea precisamente gracias eso, ella está enamorada de la vida. Se arrepiente de no haberla aprovechado al máximo y desearía que todos tuviesen una consciencia real de lo que significa vivir, y no la ilusión de eternidad que la sociedad tiene actualmente. “Yo pienso que cuando nosotros nacemos, no pedimos nacer, son nuestros padres los que nos dan la vida. Nos dan una vida tan bonita que yo pienso que a veces no sabemos aprovecharla. El tiempo de la vida es corto, aunque nosotros creamos que es largo, y no nos dan otra oportunidad para vivirla. Yo pienso que si a mí me dan otra oportunidad para vivir yo la disfrutaría más a fondo, pero ya es demasiado tarde. Qué pena, con lo bonita que es la vida...”, reflexiona con un nudo en la garganta que casi no le permite hablar.

Pero aún la sociedad está muy lejos de entender la vida y la muerte del mismo modo en que lo entienden ellos. Entre los que trabajan tan cerca hay opiniones de todo tipo, algunas más optimistas que otras, pero todos coinciden en que el cambio de mentalidad no está cerca.

“Personalmente, creo que la única solución que habría contra el tabú serían unas pastillitas que hicieran que dejara de morirse la gente, el miedo a la muerte no lo vamos a perder nunca, jamás, porque es algo que viene con el ser humano”, asegura Diego. Juan no tiene una opinión más positiva, pero cree que se debe evolucionar en el pensamiento y que ellos tienen también un papel activo en ese proceso tan necesario: “Nadie acepta la muerte, nadie acepta que ya no estés en esta vida. Porque no se sabe lo que hay al otro lado, y probablemente no haya nada. Pero hay que entender que nos va a llegar a todos y que hay que llevarlo lo mejor posible. Y nuestro trabajo es convivir con eso y hacer más llevadero ese trance”.

El frenetismo de la vida mencionado antes también es culpable de agravar este problema. La sociedad lo quiere todo al momento. La información es un ejemplo de ello: es más importante recibirla rápido que de la mejor manera posible, que es lo que más debería preocuparnos. Con la muerte pasa lo mismo. Esta situación espanta a José Luis: “Vivimos en una sociedad en la que si en un hospital fallece alguien lo que quieren es rápidamente quitarse el muerto de encima, nunca mejor dicho. No queremos ver la muerte. Cuanto más rápido pase lo malo, mejor, y luego vienen los duelos complicados, porque todo requiere su tiempo”.

Desde su experiencia como psicólogo especializado en el duelo, cree que la solución está en las aulas y en el seno familiar, y su gabinete ya está manos a la obra con proyectos que inciten a este cambio de mentalidad mediante la educación. “Las guías infantiles para padres y niños sobre el duelo creemos que es una de las vías esenciales para acabar con el tabú que existe sobre la muerte. Trabajar desde la escuela y con los padres la muerte y el acceso a la muerte, los rituales, la naturalidad de la muerte. También serían muy didácticas las visitas a cementerios, que ahora las estamos trabajando en el Jardín del Recuerdo, donde explicamos que cuando quemamos a la gente, con las cenizas se planta un árbol y están contribuyendo a la vida. Charlas, películas, cuentos, todo ayuda”, apunta como principales claves.

Al fin y al cabo, lo que hay que conseguir es que la muerte se vea como lo que es: una parte de la vida. Mientras tanto, habrá personas que nos ayudarán cuando estemos pasando por el peor momento de la nuestra. Federico, velando por ofrecer las últimas novedades que mejoren los servicios para las familias. Estrella, en su tienda grabando un mensaje eterno en una lápida. Diego y Juan, gestionando cada paso desde el edificio de control. José Luis, asegurándose del bienestar de la familia. Ana María, entre flores, intentando que un momento tan horrible sea mucho más bonito. Jesús, cuidando el lugar donde otros descansarán para siempre. Y Fernando, aliviando el dolor de los creyentes.

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